Fr. José Mª Calderón


 

La experiencia de la sed de Jesús


“Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca”.

Estas palabras, tan sólo dos en castellano, “tengo sed”, marcan la vida y obra de Madre Teresa de Calcuta. Son palabras que en su corazón resonaron con especial fuerza y exigencia el 10 de septiembre de 1946. Sin duda alguna, Madre Teresa, una religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de Loreto (conocidas en España como “las Irlandesas”), había leído y oído muchas veces esas palabras recogidas en el Evangelio de San Juan. Seguro que las había llevado a su oración personal en otras muchas ocasiones. Pero fue ese día cuando provocaron una reacción en su corazón y las entendió no sólo como unas palabras de Nuestro Señor recogidas en la Sagrada Escritura, sino como el comienzo de un diálogo de Jesús con ella, diálogo personal, íntimo, definitivo.

Madre Teresa era una misionera albanesa en Calcuta. Desde muy pequeña había sentido la llamada del Señor para ir a la India, de la que apenas conocía algo, pero que entendía era un lugar donde Jesús no era conocido. Allá, y con el asesoramiento del sacerdote jesuita de su pueblo y tras pasar unos meses en Irlanda, conociendo el inglés y la Congregación a la que se iba a vincular, se dirige en el año 1928, cuando contaba tan solo 18 años de edad.

Su deseo, su más profunda intención, era llevar el conocimiento de Dios a los que todavía no le conocían ni le amaban. Así lo había deseado desde el mismo día de su Primera Comunión. Desde entonces su corazón sentía un grandísimo deseo de entregarse a Dios, a pesar de contar tan sólo con cinco añitos. Su camino para realizar su sueño era el colegio para niñas que la Congregación de Nuestra Señora de Loreto tenía en Calcuta.

Todos los años, como todas las religiosas, Madre Teresa dedicaba un tiempo a la oración y al silencio, viviendo la experiencia de los ejercicios espirituales. A ello se dirigía en tren ese día ya señalado, el 10 de septiembre de 1946. En ese preciso momento Dios le hizo descubrir que esas palabras, “tengo sed”, iban dirigidas a ella de modo personal e intransferible.

¿Qué le decían de nuevo a Madre Teresa estas palabras que no hubieran resonado con la misma fuerza anteriormente? Jesús estaba llamando a esta religiosa de 36 años y físicamente no muy fuerte, a emprender una nueva tarea en su vida. Dios le hizo descubrir que ella debía dedicar todos sus trabajos y toda su existencia a saciar la sed de Dios.

Sí, el grito del Señor en la Cruz “tengo sed”, no expresa únicamente una necesidad física de agua, de líquido. Sino que Jesús, estando en el momento de su mayor entrega por los hombres, expresa con esas sencillas palabras la necesidad de Dios. Dios necesita amor, necesita nuestro amor. El Señor tiene deseos de nuestro amor.

Los comienzos de una gran obra
El nuevo carisma que surgirá en el corazón de Madre Teresa en ese momento será el de saciar la sed de amor y de almas que tiene Dios. Es verdad que esta forma de entender el grito de Jesús no es nueva, ya lo interpretaron así santos y grandes escritores anteriores a Madre Teresa, como san Agustín, san Alfonso María de Ligorio, santa Teresa del Niño Jesús y otros. Pero, para esta religiosa, estas palabras van a ser el fundamento de su existencia y de la congregación que el Señor le tiene encomendado empezar.

Se resiste en un principio a empezar algo distinto a lo que ella ya estaba viviendo. Tampoco se ve preparada para asumir esta nueva responsabilidad, que en apariencia es extremadamente exigente. Pero descubre que Dios le pide algo más. Es lo que ella va a llamar “la llamada dentro de la llamada”. Ella ya había sido llamada por Dios desde los 18 años a consagrarse de por vida a su servicio, y así lo había vivido desde entonces. Ahora ve que dentro de esa llamada primigenia el Señor le hace una nueva llamada para comenzar un camino nuevo.

Durante casi año y medio, Madre Teresa tiene unas especiales gracias que Dios le concede y que le van a descubrir el querer divino. Son momentos de una gran intimidad con Dios y una fuerza interior especial para aceptar las contrariedades y las incomprensiones que vienen de fuera. Siempre se pone en manos de su director espiritual, a quien confía todas sus experiencias. Es él quien le exige paciencia y maduración de todas sus inquietudes, hasta el punto de impacientar a veces a la madre Teresa, deseosa de cumplir la voluntad que está segura viene de Dios. Mas tarde será el Arzobispo de Calcuta quien le medirá los tiempos y pedirá a la religiosa sosiego para rezar, consultar y asegurarse de qué era lo mejor en esta situación. No le fue fácil al Sr. Arzobispo tomar una decisión que se le presentaba como una ruptura con todo el pasado de esta religiosa.

Casi dos años más tarde, con los permisos pertinentes de sus superioras, a quienes no informó hasta que el Arzobispo de Calcuta se lo permitió, y de la Iglesia, representada por sus pastores y por la Congregación para los Religiosos, Madre Teresa comienza una nueva andadura. Dejará el convento de Nuestra Señora de Loreto y se adentrará en los suburbios de Calcuta, para llevar el amor de Dios a los más pobres de entre los pobres.

Jesús tiene sed. Es cierto que al llegar al monte Calvario le ofrecen agua mezclada con vinagre, a modo de analgésico, pero Jesús la rechaza. Jesús ahora, en la cruz, en la soledad de la pasión, siente sed. Le dan, y esta vez no lo rechaza, vinagre. Agrio, que escuece sus labios rotos y resecos. Bebe aquello que, en lugar de tranquilizarle, le aumenta el sufrimiento y el dolor. Jesús tiene sed, pero no es de agua, no es de vinagre, es de amor, es sed de ser amado, sed de almas. Esa es la sed que el Señor siente en el momento de su agonía y anonadamiento. Madre Teresa descubre que Jesús mira con afecto y misericordia a todos los hombres que viven. A todos ellos les pide amor. Pero ¿cómo le van a amar sino le conocen? Jesús busca quien le ame, pero los hombres viven sin enterarse de su necesidad.

Madre Teresa entiende que su vocación es saciar la sed de Dios. De un Dios que no tiene mejor forma de expresar su deseo de ser amado que con la expresión “tengo sed”. Es más profundo que un mero “te quiero” o incluso un “te deseo”. Es como decir: “sin ti no puedo vivir”, “sin tu amor, sin tu compañía, sin tu consuelo, muero de necesidad”. Así, al menos, lo interpreta esta joven religiosa. Dios nos ama hasta el punto de no saber vivir sin nosotros. Por ello, su Hijo se encarna en el seno de María y toma la condición del hombre; por ello, su vida culmina con la entrega más absoluta que el hombre puede hacer: dando su vida en rescate por la nuestra. Y puesto que no es la sed de un hombre cualquiera sino que es la sed del Hombre-Dios, de Aquél que ha unido en su persona la naturaleza divina y la humana, esa sed es infinita, como es infinito su amor, su deseo de entrega, su decisión por salvar al hombre.

Dios va buscando ser amado por todos aquellos por los que Él ha dado la vida. Quiere que le amen, pero ¿cómo lo harán sino le conocen? Madre Teresa tiene esa necesidad, llevar a Jesús a quienes no le conocen y son especialmente amados por Él: a los más pobres de entre los pobres, que están representados por todos los que viven en las cuevas de la pobre Calcuta.

Los más pobres entre los pobres
Pero ¿cómo saciar la sed de Dios? En el corazón de Madre Teresa toman fuerza las palabras de Jesús: “a mí me lo hicisteis”. “Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, era forastero...”. Sí, Madre Teresa descubre que el modo concreto que ella va a tener para saciar la sed del Señor es saciar la sed de los pobres. Por ello el cuarto voto es lo que define con más precisión la espiritualidad de saciar la sed de Dios. Si Cristo está presente en los pobres, hasta el punto de identificarse con ellos, el modo más inmediato de saciar la sed de Cristo que padece, es unirse al sufrimiento de quienes no tienen nada.

Por eso Madre Teresa, una europea de 36 años, que hablaba perfectamente el bengalí, no duda que debe salir de las paredes del colegio de Loreto en Calcuta, para adentrarse a atender a los que más de cerca están viviendo la pasión de Jesús. El 17 de agosto de 1948 marcha del convento de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto a Patna, obedeciendo a Mons. Périer, Arzobispo de Calcuta, donde va a recibir una pequeña instrucción médica con las Hermanas Médicas Misioneras que pueda servirle para su nueva misión. Tiene, sin duda, temores, pero Dios la consuela y la fortalece. Sus superioras y los que la conocen la intentan retener en la seguridad de aquel convento, pero Madre Teresa no puede retrasar la voluntad de Dios.

De vuelta a Calcuta, se hospeda con las Hermanitas de los Pobres, casa que deja el día 21 de diciembre para ir, definitivamente, a comenzar su nueva obra. Se adentra en los suburbios de Calcuta sin nada, tan sólo cuenta con unas cuantas monedas que sus hermanas religiosas le han dado para que sobreviva un par de días, pero que ella no duda en entregar inmediatamente ante la necesidad de un sacerdote amigo que tiene que pagar la edición de unas estampas de San José (las hermanas le dieron cinco rupias y las entregó a este sacerdote, poco más tarde ese mismo sacerdote le entregó en un sobre cerrado 100 rupias de parte de un desconocido). Contempla en el rostro de los más necesitados al mismo Dios que le dice: “tengo sed”. Los pobres no son una excusa para entregarse, los pobres con los que ella se encuentra no son un instrumento de salvación para ella. Si hace estas cosas no es para tranquilizar su conciencia o para vivir algo heroico. Madre Teresa tiene conciencia de ser una privilegiada: ella está llamada a tocar a Cristo, a tenerle entre sus brazos, a cuidar de Él, porque eso es lo que ocurre cuando sirve a los pobres. Es una privilegiada porque sabe que tras ese “terrible disfraz” (así llama Madre Teresa la apariencia que Jesús toma haciéndose presente en los más pobres) se esconde Cristo nuestro Señor. Llega a afirmar algo que, aunque suena a blasfemia, no lo es, sino que expresa profundamente la verdad de Evangelio. Los sacerdotes, en la celebración de la Eucaristía tocan con sus manos el cuerpo de Cristo, y ella, a través del trabajo escondido y silencioso con los más pobres de entre los pobres, lo limpia, lo alimenta, lo abraza, lo cuida… Tal es su convicción personal de que las palabras de Jesús se han hecho realidad. “A mí me lo hicisteis” A Jesús es a quien se le hace cuando se da un simple vaso de agua a uno de sus más pequeños:

“Cuando venga, pues, el Hijo del hombre con toda su majestad, y acompañado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de su gloria; y hará comparecer delante de él a todas las naciones; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, poniendo a las ovejas a su derecha y los cabritos a la izquierda. Entonces el rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino celestial, que os está preparado desde el principio del mundo; porque yo tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me hospedasteis; estaba desnudo me cubristeis, enfermo y me visitasteis, encarcelado y vinisteis a verme y consolarme. A lo cual los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos nosotros hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te hallamos peregrino y te hospedamos, desnudo y te vestimos?, o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a visitarte? En verdad os digo: Siempre que lo hicisteis con algunos de estos mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis. Y dirá a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; sed, y no me disteis de beber; era peregrino y no me recogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis; enfermo, y encarcelado y no me visitasteis. A lo que replicarán los malos: ¡Señor!, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o desnudo, o enfermo, o encarcelado y dejamos de asistirte? Entonces les responderá: Os digo en verdad: Siempre que dejasteis de hacerlo con alguno de estos mis pequeños hermanos, dejasteis de hacerlo conmigo. Y en consecuencia, irán éstos al eterno suplicio, y los justos a la vida eterna”.

Para poder cumplir esta tarea que Dios le encomienda, Madre Teresa funda una nueva congregación, las Misioneras de la Caridad, que visten como hábito un simple y sencillo sari, al modo de las mujeres indias, para identificarse con ellas: “Te has convertido en Mi Esposa por amor a mí. Has venido a la India por mí. La sed de almas que tenías te ha traído tan lejos. ¿Te da miedo ahora dar un paso más por mi, tu Esposo, por las almas? ¿Se está enfriando tu generosidad? ¿Soy el segundo para ti? Tú no has muerto por las almas, por eso no te importa lo que pueda ocurrirles. Tu corazón nunca se ha ahogado en el dolor como el de mi Madre. Ambos nos hemos entregado totalmente por las almas -¿y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de fallar en la perseverancia. No –tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo de mi Corazón para ti. Te vestirás con sencillos vestidos indios, o mejor, como mi Madre se vistió, sencilla y pobre. Tu hábito actual es santo, porque es mi símbolo. Tu sari será santo porque será mi símbolo”. Quiere ser india, como aquellos a los que va a servir, pero, en palabras de Madre Teresa: “Soy de ciudadanía india, soy monja católica. Por profesión pertenezco al mundo entero. Por corazón pertenezco por completo al Corazón de Jesús”. Las Misioneras de la Caridad no son personas que desde fuera atienden a los necesitados. Se identifican con ellos, quieren ser como ellos, quieren ser necesitadas ellas también y hacer así viva la presencia de Jesús entre los hombres y mujeres que se acercan a sus apostolados. Las primeras que se animan a seguir sus pasos son chicas que han sido alumnas suyas en el Colegio de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto. Para Madre Teresa cada una de ellas es como un milagro de Dios, y no sólo con estas primeras, sino con todas, siempre, cuando Madre Teresa las mira, lo hace con una absoluta certeza de que se trata de un regalo de Dios y una obra hermosa que el Señor le permite contemplar. En 1950 reciben la primera aprobación diocesana y desde entonces las Hermanas de la Madre Teresa se han extendido por los cinco continentes buscando servir a los pobres que más lo necesitan. Estas hermanas además de los tres votos propios de todas las consagradas, castidad, obediencia y pobreza, hacen un cuarto voto de servicio con todo el corazón y gratuito a los más pobres de entre los pobres.

Consagración Religiosa
Castidad porque se han consagrado, se han entregado a Jesús, su Esposo. A Él le han dado todo lo que son y tienen. Jesús crucificado es su amor, su todo. En una ocasión le preguntaron a Madre Teresa si estaba casada, y contestó que sí, que lo estaba, y que a veces incluso reñía con su esposo por lo mucho que le pedía. Hacen este voto porque su corazón es todo y sólo de su amado. No se trata de mujeres que no han encontrado quienes les amen, o personas reprimidas por el temor al pecado o a la condena. Son mujeres con un gran corazón, que han encontrado su camino, su vocación. Libremente han abrazado ese Amor por el que comprenden que no compensa ningún otro. Al hacer el voto de castidad, son más libres, para amar al Único que es capaz de hacerles descubrir la felicidad de la propia entrega y de saberse amadas. Entienden perfectamente lo que es amar, porque por amor se exigen continuamente, y comprenden con facilidad las dificultades de quienes viven la vocación matrimonial, porque ellas se saben desposadas con Jesús el Señor.

Obediencia a imitación de Jesús “obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Obediencia que es fruto de su amor. Obediencia a la Iglesia, en la que aprenden a amar a Jesús, y a sus pastores. No es una obediencia de siervo, sino de enamorado, de quien se fía de Dios y de sus mediaciones. Es muy de reseñar cómo Madre Teresa puso todas sus intuiciones y deseos en manos de sus superiores y cómo aceptó con alegría los pasos y los tiempos que éstos le exigían. Muchas veces le costó un verdadero sacrificio y una gran renuncia de sí misma tener que ir al paso, que le parecía lento, de quienes tenían que tomar las decisiones, pero puso todo en manos de Dios y de sus instrumentos y entendió que era la mejor forma de tener seguridad de que lo que ella había pedido venía de Dios y no de su propia cosecha. Una de las imágenes más conocidas de Madre Teresa es abrazando al Papa Juan Pablo II. Hay quienes se sorprenden de esta escena: la Madre Teresa, carismática, que tiene una clara identificación con los pobres, que es profeta en el mundo del bienestar, junto al representante de la Iglesia jerárquica, autoritaria, rígida en las formas… ¡nada más contrario a la realidad! Madre Teresa es una mujer de Iglesia, al servicio de ella y con el único deseo de hacer que la Iglesia se implante en el mundo entero. El Papa, los obispos, los sacerdotes, los misioneros, los seglares en cualquiera de sus circunstancias, son su familia, son la Iglesia en la que ella conoció a Jesucristo y aprendió a amarle. Cada uno en su sitio y cumpliendo la voluntad de Dios, ayuda al crecimiento de todos y a que Cristo reine en el mundo. Por eso para ella la autoridad de los pastores es una cuestión incuestionable. Es, como dijo santa Teresa de Jesús, hija de la Iglesia. Una de sus más frecuentes afirmaciones a sus hermanas era: “dar a Jesús lo que nos pida y aceptar lo que nos dé sin quejas y con una gran sonrisa”. Años antes de su andadura por este nuevo camino, y con el consentimiento de su director espiritual, Madre Teresa hizo un regalo muy especial a Dios. Lo hizo tras los ejercicios espirituales de 1942. Quería entregar al Señor algo que le costara. Y así hizo un voto personal: no negar a Jesús nada que le pudiera estar pidiendo, bajo pena de pecado mortal. Así quería ella vivir la obediencia y la renuncia de sí. Y así, afirman los que la trataron personalmente, vivió todos los días de su vida.

Pobreza vivida como Jesús en la cruz. Sin nada, sin bienes materiales y sin apegos tan siquiera espirituales. Pobre como aquellos a los que tenía que servir. Pobre como los que lo tienen todo teniendo a Cristo. Y no como táctica apostólica, ni por eficacia instrumental. Pobreza por amor, como renuncia voluntaria a todo lo que Dios no ponga en nuestras manos. Por ello va a vivir en una continua confianza en la providencia divina. Si Dios tiene cuidado de las flores y de los pájaros, ¿cómo no va a cuidar de sus hijas por las que ha entregado su vida? Confianza en Dios y en su cuidado. Viven de la limosna, de la generosidad de los hombres y mujeres de buena voluntad que quieran ayudarles porque quieren ayudar a los pobres. Pero, a la vez, confianza en la providencia divina que le llevaba a no aceptar ningún bien fruto de la utilización de su nombre o del de las hermanas. Si alguien quiere darles algo espontáneamente será aceptado con gran agradecimiento, pero no puede utilizarse su institución para obtener beneficios. Muchas son las anécdotas que se pueden poner de la vivencia de la pobreza en Madre Teresa. En una ocasión, por ejemplo, la hermana responsable de los comedores públicos que tienen en la ciudad de Calcuta (en los que se da de comer a nueve mil personas diariamente) le comentó que les quedaba comida para un solo día. Su propuesta era dar de comer tan sólo a la mitad de los “sin techo” ese día para poder dar de comer, al día siguiente, a la otra mitad. Madre Teresa le animó a que rezara y a que fuera generosa y se gastara sin miedo lo que tenían: “Dios proveerá”. En efecto, ese día por un problema de huelgas los colegios de la ciudad no se abrieron y toda la comida que en ellos se daba a los estudiantes se la mandaron a los comedores de la Madre Teresa. Pero es la vida cotidiana de cada una de las casas de las hermanas lo que constituye un perfecto y continuo testimonio de la confianza en Dios. Lo que hay es fruto de la generosa aportación de personas de gran corazón. No tienen, no les está permitido tener, subvenciones, suscripciones, aportaciones de organismos oficiales.

Cuarto voto
El cuarto voto es el definitorio: “servicio con todo el corazón y gratuito a los más pobres de entre los pobres”. Madre Teresa explica: “cuanto mayor es la repugnancia del trabajo que hemos de hacer; cuanto más desfigurado o deformado se nos presenta el rostro de Dios en una persona, tanto mayor debe ser nuestra fe y nuestra amorosa devoción para descubrir el rostro de Jesús y servirle con especial amor en ese ‘terrible disfraz’”. “Madre, le aseguró un periodista que había estado participando varios días de su trabajo en Calcuta, yo no haría esto que Vd. hace ni por todo el dinero del mundo”; “yo tampoco, le contestó Madre Teresa, yo sólo soy capaz de hacerlo por amor a Jesús”. Es un honor, un privilegio servir a Cristo y hacerlo a través de los trabajos más humildes hechos por los más necesitados. Para Dios no hay trabajos pequeños, porque todo trabajo tiene el valor del amor que se ha puesto en él. Cuando un voluntario le preguntó a Madre Teresa: “Madre ¿qué pasará si se acaba la pobreza en el mundo?” ella, con cierta gracia, contestó “¡Pues que nos quedaremos sin trabajo!”. Pero no es verdad. Primero porque la pobreza no se acabará nunca, desgraciadamente. Pero también porque aunque esto ocurriera: “el amor –cáritas- siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo”.

En las más de 700 casas que tienen abiertas las Misioneras de la Caridad está presente Jesús Eucaristía, a quien adoran, rezan y con quien viven. Sus sencillas capillas tienen siempre una Cruz en la pared, el Sagrario, una imagen de Nuestra Señora y, desde 2003, año en el que se beatificó a su fundadora, un retrato de Beata Teresa de Calcuta con su reliquia. Todas estas imágenes pueden ser distintas, aunque siempre sencillas. Pero lo que es invariable es que junto a la Cruz de Jesús se escriben las palabras que resonaron en el corazón de Madre Teresa en el Tren a Darjeeling: “tengo sed”, escrito en el idioma del país en el que las hermanas se encuentran.

Madre Teresa quería que estas palabras formaran parte de la espiritualidad de todas y cada una de sus hijas, así como en el corazón de todos aquellos que se acercan a sus hogares: pobres, voluntarios, sacerdotes, autoridades, donantes… “Tengo sed”, esto es, “cuento contigo y con tu amor”. Madre Teresa animaba a sus hijas a que dejaran resonar estas palabras en el fondo de su corazón, para que formaran parte de su más profundo deseo: “¿qué es esta palabra, tengo sed”, para ti personalmente? ¿Cómo está conectada con tu vida?”. “Hermana, ¿sientes la sed de Jesús? ¿La sientes? ¿Escuchas su voz? ¿Realmente escuchas su voz? Si no es así, realmente no has descubierto su verdadero amor por ti. Pon todo tu corazón en saciar la sed de Jesús…”. No es por lo tanto un motivo sólo para la reflexión o para la elaboración de un tratado. Se trata de una experiencia personal, de un contacto con la sed de Dios, que Cristo vive en el momento más duro de su vida y del que Madre Teresa quiere participar, ella con sus hijas.

Los no queridos, no amados, no tenidos en cuenta
Con el paso de los años, el Señor hizo ver a Madre Teresa que los más pobres de entre los pobres no eran necesariamente los que menos tenían. Había mucha gente, hombres y mujeres que se movían por el mundo con una gran libertad y aparente dignidad que vivían en una absoluta y radical pobreza: la de no ser amados. Esa es la mayor y más triste de las pobrezas. Son personas que están solas, que no tienen con quien compartir sus alegrías, sus tristezas, sus proyectos, sus angustias. Madre Teresa ve que “tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, era forastero, estaba enfermo o en la cárcel” no se refiere sólo a la falta de bienes materiales. Su trabajo en el mundo no es simplemente dar pan, agua, alojamiento o una visita:

“Alimentamos al hambriento no sólo con pan, sino con la palabra de Dios; quitamos la sed del sediento no sólo con agua, sino también con conocimiento, paz, verdad, justicia y amor; vestimos al desnudo no sólo con ropas, sino también con dignidad humana; hospedamos al peregrino no sólo con un techo, sino con un corazón que les entiende, que les arropa, que les ama; atendemos al enfermo no sólo en su cuerpo, sino en su alma y en su mente”.

Para Madre Teresa la mayor pobreza está en la pérdida de la dignidad, que viene por no saberse amado. Por todo esto para ella y sus hijas lo más importante no es curar al enfermo, por quien intentarán hacer todo lo que puedan, sino ayudarle a vivir el momento del dolor y del sufrimiento con dignidad, siendo amado, acompañado, alentado. “Madre, he vivido toda mi vida como un animal en la calle, y voy a morir como un ángel” le confió uno de los primeros enfermos que Madre Teresa acogió en el Hogar del Moribundo en Calcuta. Para ella lo más importante no es tener conocimientos de medicina o de arquitectura, lo fundamental es amar a quienes no se sienten amados o no han conocido el amor: Los más pobres de entre los pobres son “los hambrientos; los sedientos; los desnudos; los ‘sin techo’; los ignorantes; los cautivos; los disminuidos; los leprosos; los alcohólicos; los enfermos y moribundos; los no queridos; los abandonados; todos aquellos que son despreciados por la sociedad humana; aquellos que han perdido la fe y la esperanza en su vida; los pecadores que no se arrepienten; los que están bajo el poder del demonio; los que conducen a otros al pecado, al error o a la confusión; los ateos; los que yerran; los que viven en confusión o duda; los que son tentados; los ciegos espirituales, débiles, laxos o ignorantes; aquellos que todavía no han recibido la luz de Cristo; los hambrientos de la Palabra y de la paz de Dios; los que pasan por dificultad; los que producen repulsa; los tristes; las almas del purgatorio; y cada Misionera de la Caridad que acepta vivir la vida de pobreza evangélica y por el hecho de ser pecadora”.

Una de las grandes tragedias de los hombres es no conocer el amor de Dios. Y una de las necesidades más grandes que tiene el corazón del hombre es la del perdón y la misericordia. Por eso mismo, para Madre Teresa, una de las primeras exigencias de su labor es ayudar a los que vienen a sus casas a encontrarse con Dios y a dejarse perdonar por su amor misericordioso. No hay nada que destruya de modo más fulminante la dignidad y la grandeza del hombre que el pecado, y no hay nada que impida más al hombre ser plenamente feliz que el no ser perdonado. Estando Madre Teresa en Lima, en 1989 comentó, al referirse a uno de los enfermos de Sida que las hermanas atienden en otro país: “Un joven estuvo agonizando por tres días y no podía morir. La hermana le preguntó: "¿Qué cosa es lo que te preocupa?, ¿qué te duele?, ¿qué cosa es lo que te impide morir? Yo deseo ayudarte". Y el joven respondió. "Hermana, no puedo morir hasta que no le haya pedido perdón a mi padre". La hermana averiguó donde vivía el padre y lo trajo por avión a donde su hijo estaba. Fue una hermosa y viva realidad de la parábola del hijo pródigo. El padre que abraza a su hijo y perdona y el hijo que pide perdón: una viva reconciliación. Fue emocionante y reconfortante ver al joven encontrarse con la muerte lleno de paz con Dios. Oremos por estos jóvenes para que se pueda encontrar la medicina que los sane, pero especialmente oremos para que encuentren el coraje que necesitan para estar en paz con el Padre”. La fuerza del perdón de Dios a través del Sacramento de la penitencia, para los cristianos, es el arma más poderosa de liberación de la persona y de restauración de su dignidad. Sí, el pecado destruye la imagen de Dios en el hombre, por ello Madre Teresa quiere restaurar ese rostro en el alma de los que están en sus hogares. Respetando la libertad, sin forzar a nadie a andar por caminos que no quieran ser andados, su vida, su palabra y su ejemplo animan a muchos a encontrarse con Cristo, a buscar la fuente de la verdad, de la vida, del camino, del amor. Ayudan a cada uno a vivir y a morir según su propio credo. En un hospital psiquiátrico del noreste de Rumanía, donde hay cerca de cuatro mil enfermos ingresados, las hermanas van todos los sábados por la tarde a preparar la liturgia de la Misa que un sacerdote celebra para todos ellos. Pero conscientes de que en ese hospital, como en toda Rumanía, la mayoría son de religión ortodoxa, dos veces al año, en Navidad y en Pascua, ellas preparan y ornamentan una sala para que un sacerdote de la Iglesia Ortodoxa, al que ellas mismas van a recoger, pueda celebrar la Eucaristía según su liturgia propia. No pretenden apuntarse tantos con conversiones, aunque evidentemente tienen experiencia de ellas a través de su vida de entrega y de su apostolado. Quieren que todos vivan según su propia fe, con convencimiento, con autenticidad, con fidelidad al Dios al que profesan su amor.

Los niños y los más débiles
Una especial mención, entre los más pobres de los pobres hay que hacerla con los niños. Para Madre Teresa los niños son un hermoso reflejo de la pureza, candidez y sencillez de Dios. Por eso gozan de una especial simpatía para ella. Son los más indefensos, los que más dependen de los demás, los que más sufren el pecado de los adultos. Sus hijas, desde muy pronto acogieron en sus hogares niños y niñas abandonados, huérfanos, hambrientos o maltratados. No es una congregación dedicada a la educación ni a la rehabilitación de quienes tienen conductas poco civilizadas. Son religiosas que quieren ver que los niños crecen en un ambiente pobre materialmente, como ellas mismas viven, pero rico en amor. Quieren que esos niños puedan decir “me voy a mi casa” porque consideren con sinceridad que su hogar es aquel donde las hermanas le han acogido y le han ayudado a crecer como persona. Una de las grandes labores que las Misioneras de la Caridad realizan es la adopción de niños abandonados. Muchos matrimonios han sido padres al adoptar algún niño de los que las hermanas tienen en sus casas. Los padres son concientes de que esos niños y niñas han vivido con escasez de medios materiales, pero tienen la seguridad que mientras han vivido en esos hogares, no han sido maltratados, sino todo lo contrario, han sido amados y tratados con un gran amor. Y si esto es verdad, y lo es, no podía ser de otro modo que Madre Teresa considerara que el peor de los males que tiene la sociedad es el aborto. No cabía en la cabeza de esta religiosa que una madre quiera desentenderse de su criatura incluso provocándole la muerte. Tenía claro que el aborto es un asesinato, por ello pedía ayuda a las madres que tienen incapacidad de mantener a un hijo. En muchas de sus casas, mujeres jóvenes, bien a punto de dar a luz, bien habiendo ya dado a luz, andan por todas partes, siendo cuidadas de modo especial para que el parto y el posparto, que en tantas ocasiones es motivo de muerte para los niños o para sus madres, no provoquen ningún daño. “Dádmelos a mi” era una expresión muy de Madre Teresa cuando hablaba de la defensa de la vida: ella pedía que los niños que no eran deseados se los entregaran a ellas, a las Misioneras de la Caridad antes de matarlos. Ese fue el tema del discurso que Madre Teresa dio con motivo del Premio Nobel de la Paz en 1979: “Por favor no matéis a los niños, yo los quiero. Con mucho gusto acepto todos los niños que morirían a causa del aborto. El aborto empobrece a la gente desde el punto de vista espiritual; es la peor pobreza y la más difícil de superar. Muchos se manifiestan preocupadísimos por los niños de la India o por los de África, donde tantos mueren, sea por desnutrición, hambre o lo que fuera. Pero hay millones deliberadamente eliminados por el aborto. Creo que si los países ricos permiten el aborto, son los más pobres y necesitan que recemos por ellos porque han legalizado el homicidio. Jesús dijo: “El que recibe a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe”. Al adoptar un niño, esas parejas reciben a Jesús; por el contrario, al abortar, rechazan a Jesús”.

La necesidad tal como se presenta
Hay quienes criticaron a Madre Teresa cuando vivía, y lo hacen ahora con sus hijas, porque parecía conformarse con la atención material del necesitado y no participaba de la denuncia profética de la injusticia social que había conducido a esa situación. A ello respondía siempre Madre Teresa que comprendía y respetaba con absoluta gratitud a quienes asumían ese papel de denuncia ante el mundo, pero que mientras ellos denunciaban, ella no podía dejar de atender la necesidad inmediata de quien estaba en el sufrimiento. En una ocasión una mujer joven se acercó a Casa Madre, la casa general de las Misioneras de la Caridad, donde vivía Madre Teresa. Fue justamente ella la que le atendió. Le pedía con sencillez pero dolor en el rostro algo de comer para su bebé que llevaba entre sus brazos y al que no había podido alimentar en varios días por falta de ayuda. En los lugares donde había estado anteriormente le animaban a que buscase trabajo y dejase de pedir limosna. Cuando Madre Teresa quiso darle un vaso de leche caliente y destapó al niño que llevaba la madre entre sus brazos, se encontró que estaba muerto. La denuncia no le ayudó a sobrevivir.

A Madre Teresa le gustaba dejar claro que ni ella ni sus religiosas son trabajadoras sociales, siendo ésta una profesión y una tarea apasionante y muy meritoria: “no somos asistentes sociales. Puede ser que para algunos hagamos trabajo social, pero debemos ser contemplativas en el corazón del mundo”. Ellas son religiosas, personas consagradas a Dios. “Nuestra vocación no es el trabajo, sino Cristo y saciar su sed”. El trabajo con los más necesitados es fruto de su amor y su entrega a Dios. Un hermano Misionero de la Caridad acudió e ella para pedirle un poco de comprensión ante la determinación de su superior. Llevaba muchos años atendiendo a leprosos, ocupación que hacía con mucho amor y, por lo visto, con bastante eficacia. Le habían pedido que atendiera ahora a niños abandonados dentro de la ciudad de Calcuta. “Madre, creo que Dios me ha llamado a servir a los leprosos, en los que encuentro con gran facilidad el rostro de Jesús y a los que creo ayudo mucho”. “No, hermano, le respondió Madre Teresa después de escuchar con atención a su requerimiento, su vocación no son los leprosos, ni tampoco lo son los niños. Su vocación es saciar la sed de Cristo en la Cruz y hacerlo atendiendo a los más pobres de entre los pobres, hoy a los leprosos, mañana a los niños, y quizás otro día a los ancianos”. Madre Teresa quería inculcar en todos los que se le unían en este apasionado camino el convencimiento de que su labor con los necesitados no era un mero trabajo profesional, sino la oportunidad de servir a Cristo en sus hermanos, y que, en muchas ocasiones, no podrían solucionar los problemas de los que acudían a ellos, porque no tenían ni los medios ni los conocimientos para ello, pero siempre podían darle la oportunidad de sentirse queridos, aceptados, acogidos, escuchados…

Madre Teresa, enamorada de Dios
De todos modos, Madre Teresa no es sólo una mujer con un inmenso currículum vitae al servicio de los más pobres. Madre Teresa, como se puede desprender ya de lo señalado hasta este momento, era una contemplativa. Una mujer de Dios, con grandes deseos de amarle y de entregarse a Dios. Sus religiosas, además de las muchas horas dedicadas a la atención de los que sufren, de los sin techo, de los enfermos, de los huérfanos, de los abandonados…, tienen un serio “programa” de vida espiritual. La oración personal y comunitaria todos los días, la participación en la celebración de la Eucaristía diaria, la meditación ante el Santísimo Sacramento una hora al día, el rezo del rosario, la lectura espiritual, la confesión sacramental semanal… son prácticas de piedad que las hermanas viven con fidelidad. Para poder vivirlo tienen un horario muy preciso y que les obliga a levantarse pronto y a no tener mucho tiempo que perder. La vida interior les fortalece en sus trabajos y exigencias diarias. “Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un «mandamiento» externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es «divino» porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos» (Cf. 1 Co 15, 28)”. Sin esa relación íntima, diaria, continua, con Jesús, no podrían llevar a cabo tantos trabajos y obligaciones.

A comienzo de los años 70 las hermanas expresaron a la fundadora que estaban cansadas, que no daban abasto con todo lo que les tocaba realizar: sus apostolados, las obligaciones de comunidad, los compromisos dentro de la Congregación… Madre Teresa les pidió sugerencias para poder sacar adelante todo y hacerlo con amor. La conclusión a la que las mismas hermanas llegaron, y que reconfortó tanto a la Superiora General, fue que necesitaban tener todos los días una hora de meditación con el Santísimo Sacramento expuesto. Desde entonces, todas las tardes las Misioneras de la Caridad se reúnen para hacer esa hora de oración personal que hasta entonces no tenían. Otros muchos habrían pensado en una hora más de descanso, en abandonar algo del trabajo que habían de realizar… pero ellas saben que todo lo pueden si se apoyan en Cristo. Su fuerza y su poder es el Señor:

“La experiencia de la inmensa necesidad puede, por un lado, inclinarnos hacia la ideología que pretende realizar ahora lo que, según parece, no consigue el gobierno de Dios sobre el mundo: la solución universal de todos los problemas. Por otro, puede convertirse en una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso, no se puede hacer nada. En esta situación, el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para continuar en el camino recto: ni caer en una soberbia que desprecia al hombre y en realidad nada construye, sino que más bien destruye, ni ceder a la resignación, la cual impediría dejarse guiar por el amor y así servir al hombre. La oración se convierte en estos momentos en una exigencia muy concreta, como medio para recibir constantemente fuerzas de Cristo. Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo. La beata Teresa de Calcuta es un ejemplo evidente de que el tiempo dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino que es en realidad una fuente inagotable para ello. En su carta para la Cuaresma de 1996 la beata escribía a sus colaboradores laicos: “Nosotros necesitamos esta unión íntima con Dios en nuestra vida cotidiana. Y ¿cómo podemos conseguirla? A través de la oración”.

Espíritu de las Misioneras de la Caridad
Tres son los pilares sobre los que se apoya el espíritu de las Misioneras de la Caridad: Confianza amorosa en Dios, total abandono de sus personas en Dios y la alegría. La una es consecuencia de la otra: tener confianza en Dios, porque es nuestro Padre, porque nos ama y no puede ya vivir sin ese amor, la entrega es respuesta necesaria a esta confianza. Por último, fruto de esta entrega está la alegría, la verdadera alegría de servir a Dios. En esas conversaciones íntimas que Madre Teresa tuvo con Jesucristo, nuestro Señor, a finales del año 1946, una de las cosas que oyó la religiosa fue: “Deseo religiosas indias, Misioneras de la Caridad, que sean mi fuego de amor entre los pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños. Quiero que me acerques a los pobres, y las hermanas que ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor me traerán estas almas. Tú eres, lo sé, la persona más incapaz, débil y pecadora, pero, precisamente porque eres eso, deseo utilizarte para mi gloria. ¿Te negarás? Pequeñita, dame almas. Dame las almas de los niñitos pobres de la calle. Si tú supieses cómo duele, si sólo lo supieses, ver a estos pobres niños manchados por el pecado. Deseo la pureza de su amor. Si sólo respondieses y me trajeses estas almas. Arráncalas de las manos del maligno. Si sólo supieses cuántos pequeños caen en el pecado cada día. Hay muchas religiosas para cuidar a la gente rica y que vive bien, pero para los más pobres, los míos, no hay absolutamente nadie. A ellos deseo, a ellos amo. ¿Te negarás?” No, Madre Teresa se fía de Dios, y a Él no le niega nada, se abandona en sus manos, se pone a su completa disposición y así lo quiere con todas sus hijas. Sólo así pueden estar alegres. Ante estas exigencias del Corazón de Jesús, Madre Teresa quiso vivir con el ejemplo de la Virgen Santísima y contestó: “Tú lo sabes, Jesús, estoy lista para ir inmediatamente”.

Es cierto que todos los que se acercan a sus hogares destacan, como lo más impactante, la sonrisa de las hermanas. Sí, incluso en sus Constituciones está mandado hacer las cosas “con una gran sonrisa”. A veces puede parecer que no sufren, que ellas no tienen dolor de cabeza o molestias y no es así. Como todos nosotros, las Misioneras de la Caridad tienen también dificultades, reciben de sus casas malas noticias, a veces caen enfermas, pero intentan transformar su dolor en una ocasión de amar al Señor. La alegría que están llamadas a vivir no es resultado de una vida fácil y sin problemas. Es fruto del amor: “la alegría es el signo de nuestra unión con el Señor, de su presencia. La alegría es amor, el resultado normal de un corazón enamorado”.

Todas las mañanas las hermanas se disponen a salir a la calle para realizar su apostolado. Van de dos en dos, tal como Jesús les recomienda. Pues bien, en una ocasión, Madre Teresa estaba despidiendo a las hermanas que iban saliendo a su apostolado cuando vio que una de ellas no manifestaba demasiada alegría. Le preguntó qué le pasaba y la hermana le comentó que estaba cansada y algo enferma. “Pues vuélvete a casa, no salgas, quédate con el Señor rezando y descansa, los pobres ya tienen suficientes tristezas para que vayamos nosotros a aumentárselas con nuestras caras largas” contesto la Madre. Y es que la alegría es el regalo más hermoso que pueden dar a los más pobres a los que atienden.

Otras fundaciones de Madre Teresa
Madre Teresa es conocida en España por sus hermanas, que trabajan en nuestro país con los más pobres de entre los pobres desde hace más de 25 años. Pero la riqueza y la fuerza del carisma de Madre Teresa han dado otros frutos que no son, al menos aquí, tan conocidos. El carisma de Madre Teresa es como un gran árbol, fuerte y hermoso, donde se cobijan muchas personas. Tiene muchas ramas, algunas muy jóvenes, y todas con el mismo espíritu y carisma. La Madre Teresa es la fundadora de todas ellas, aunque a veces lo hizo con la ayuda de alguna otra persona.

Dentro de la familia de las Misioneras de la Caridad hay también hermanos, a los que indirectamente me he referido hace poco. El Hermano Andrew, un sacerdote Jesuita australiano que trabajó con la Madre Teresa, fue el instrumento a quien Madre Teresa encomendó el gobierno de esta fundación que se produjo en marzo de 1963, y cuya vocación y camino es el mismo, pero entre los hombres. Son algo más de 450 en todo el mundo y hacen un hermoso trabajo en los lugares más abandonados.

En 1976, en Estados Unidos, Madre Teresa funda una nueva rama de este hermoso árbol: las Hermanas Misioneras de la Caridad Contemplativas. Junto a la Madre Teresa y para fundar esta rama aparece la figura silenciosa de la Hermana Nirmala, que llegó a ser Superiora General cuando Madre Teresa renunció a ser reelegida en marzo de 1997 Su vocación y constituciones son exactamente las mismas que las de las Hermanas activas, con alguna peculiaridad y rasgo propio. Su misión es principalmente la oración y el sacrificio por los más pobres de entre los pobres, pero sin dejar de dedicar un tiempo diario a la atención de los pobres. Hoy son casi doscientas religiosas contemplativas.

También surgieron los Hermanos Misioneros de la Caridad Contemplativos. Su fundación data del día de san José de 1979. Su fundador, con Madre Teresa, fue en esta ocasión el Hermano Sebastián Vazhakala. Como en el caso anterior, estos religiosos no se distinguen en nada de los Hermanos de vida activa, pero tienen como principal y fundamental ocupación la oración y el sacrificio por los más pobres de entre los pobres. Aunque también dedican algún tiempo a visitar cárceles u hospitales. Hoy son casi 60 religiosos en India, Italia y Albania

La Congregación para el Clero, en el Vaticano, aprobó el 26 de junio de 1981 el Movimiento Corpus Christi para sacerdotes. Se trata de una asociación privada para sacerdotes diocesanos que desean vivir su sacerdocio ministerial con el espíritu que Madre Teresa vio en 1946. El Padre Joseph Langford, de Estados Unidos, fue el instrumento que la fundadora tuvo para poder comenzar este Movimiento. Bien es verdad que aquello que empezó pensado sacerdotes seculares terminó convirtiéndose en una Congregación religiosa: los Padres Misioneros de la Caridad, aprobados en octubre de 1984. En la actualidad son cerca de 40 y tienen su Casa General en Tijuana (México). Respecto al Movimiento Corpus Christi, Madre Teresa encomendó a Pascual Cervera, un madrileño ordenado sacerdote en la diócesis de Nueva York, que lo revitalizara, tras la fundación de los Padres Misioneros de la Caridad. Hoy se acerca al número de quinientos los sacerdotes diocesanos de todo el mundo que participan de sus actividades.

También Madre Teresa animó la fundación de los Misioneros Laicos de la Caridad. Lo hizo a través del Hermano Sebastián Vazhakala, con el que también había fundado la rama contemplativa de los Hermanos Misioneros de la Caridad. Son hombres y mujeres, algunos casados, otros solteros, algunos mayores, otros más jóvenes, que quieren vivir su fe como cristianos corrientes con el espíritu de Madre Teresa. No son los voluntarios que podemos encontrar en las casas de las hermanas. Los voluntarios son personas maravillosas que ofrecen parte de su tiempo a atender a los necesitados que acuden a las casas de las hermanas. Muchos de ellos no son cristianos, a lo mejor ni siquiera creyentes. Tampoco los Misioneros Laicos de la Caridad son los benefactores de las religiosas, entre los cuales también hay personas sin fe. No, los Misioneros Laicos de la Caridad son cristianos que quieren vivir consagrados en medio del mundo según la espiritualidad de Madre Teresa y en su situación concreta de vida. Participan de ciertas reuniones, de retiros espirituales, de encuentros. Evidentemente, en la medida que pueden, participan del apostolado de las hermanas, convirtiéndose así también en voluntarios y, también si pueden, les ayudan económicamente, aunque muchos de ellos no son en absoluto, personas adineradas.

Y queda aún una rama de esta gran familia de los Misioneros de la Caridad. Nació al poco tiempo de comenzar el trabajo las Hermanas, en 1953. Es quizás también la más querida por Madre Teresa. Se trata de los Colaboradores Enfermos y Sufrientes Misioneros de la Caridad. Nació por intercesión de Jacqueline de Decker, una joven belga, que deseaba grandemente entregarse a Dios como Misionera de la Caridad. No pudo hacerlo porque se le declaró una enfermedad degenerativa que le impedía vivir las exigencias de la vocación religiosa. Madre Teresa la nombró “mi otro yo”. Ella sería, en su casa, en su invalidez, otra Madre Teresa, por la que ofrecería todas sus limitaciones y dolores. Su apostolado y misión sería el que hiciera Madre Teresa. Poco a poco se fueron uniendo otros enfermos que querían se Misioneros de la Caridad ofreciendo su dolor y su incapacidad por el apostolado de una determinada hermana que se le encomendaba.

Su trabajo en España
Las hermanas Misioneras de la Caridad tienen en España cuatro casas, la primera se inauguró en Leganés (Madrid) hace 27 años. Tras varios cambios, esa casa está hoy abierta en Madrid capital, y es a la vez la Casa Provincial, donde reside la hermana responsable de la Región de España, que incluye también las casas de Marruecos, Portugal, Francia y Suiza. Tienen otras dos casas en Cataluña, una en Barcelona y otra en Sabadell y, hace escasamente cinco años, abrieron la última casa, por ahora, esta vez en Murcia.

Tras la Madre Teresa
Madre Teresa murió en 1997. Las Misioneras de la Caridad ya tenían una nueva Superiora General, la Hermana Nirmala. En Junio, y tras pasar por Estados Unidos y algún otro país, visitó la Ciudad del Vaticano y por última vez pudo estar con el Papa Juan Pablo II. El día 5 de septiembre, Madre Teresa, hizo su último y definitivo viaje. Estaba donde ella quería morir, en Calcuta. El Gobierno de la India le quiso dar un funeral de Estado, y quedó enterrada en Casa Madre, residencia de la Superiora General y donde Madre Teresa había tenido una pequeña habitación donde dormía, trabajaba, rezaba… Su testamento es un ejemplo nítido de caridad. Una llamada a la conciencia de la gente de buen corazón a vivir el mandamiento del amor: “No pierdan el amor inicial, especialmente en el futuro, después de que Madre los haya dejado… ha llegado el tiempo para que hable abiertamente acerca del regalo que Dios dio el 10 de septiembre para explicar tan completamente como pueda lo que significa para mí la Sed de Jesús. Para mí la Sed de Jesús es algo tan íntimo, tanto, que he sentido timidez hasta el momento para hablarles acerca del 10 de septiembre… todo en los Misioneros de la Caridad existe sólo para saciar a Jesús. Sus palabras, escritas en la pared de cada capilla de los Misioneros de la Caridad no pertenecen solamente al pasado, sino que están vivas, aquí y ahora, y están dirigidas a ti… Jesús mismo debe ser quien te diga a ti “tengo sed”. Escucha tu nombre, no sólo una vez, sino todos los días… “Tengo sed” es algo mucho más profundo que Jesús diciendo “te amo”. Hasta que no comprendas en lo más profundo que Jesús tiene sed de ti, no podrás empezar a darte cuenta de quién quiere ser Él para ti, o de quién quiere que seas tú para Él”

Juan Pablo II quiso beatificar a Madre Teresa, tras el proceso indicado, dentro de las celebraciones de su aniversario de ordenación: era el 19 de octubre de 2003, coincidiendo además con el Día Mundial de las Misiones. Ceremonia hermosa en la Plaza de san Pedro, ante 300.000 personas: “¿No es acaso significativo que su beatificación tenga lugar precisamente en el día en que la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Misiones? Con el testimonio de su vida, Madre Teresa recuerda a todos que la misión evangelizadora de la Iglesia pasa a través de la caridad, alimentada con la oración y la escucha de la palabra de Dios. Es emblemática de este estilo misionero la imagen que muestra a la nueva beata mientras estrecha, con una mano, la mano de un niño, y con la otra pasa las cuentas del rosario. Contemplación y acción, evangelización y promoción humana: Madre Teresa proclama el Evangelio con su vida totalmente entregada a los pobres, pero, al mismo tiempo, envuelta en la oración”.
Jn 19, 28-29.
Madre Teresa a los colaboradores, Navidad de 1996.
Mt 25, 31-40.
Mt 25, 31-40.
Carta de Madre Teresa al Arzobispo de Calcuta, 3 de diciembre de 1947.
Fil 2, 8.
Constituciones de las Misioneras de la Caridad, 24.
Madre Teresa carta al Arzobispo Périer, 1 de septiembre de 1959.
Constituciones de las Misioneras de la Caridad, 69.
Constituciones de las Misioneras de la Caridad, 70.
Benedicto XVI, Deus caritas est, 28.
M. Teresa, instrucciones a las Hermanas, 8 de agosto de 1994.
M. Teresa, instrucciones a las Hermanas, febrero de 1994.
Constituciones de las Misioneras de la Caridad, 69.
Ibid.
Madre Teresa, Discurso IV Congreso sobre la reconciliación en tiempos de pobreza y violencia, Lima, Perú 1989.
Madre Teresa, M.C., Discurso al recibir el Premio Nobel de la Paz 1979
Benedicto XVI, Deus caritas est, 18.
Benedicto XVI, Deus caritas est, 36.
Carta de Madre Teresa al Arzobispo de Calcuta, 3 de diciembre de 1947.
Ibid.
Madre Teresa, Carta a todos los Hermanos, Hermanas y Padres Misioneros de la Caridad, 25 de marzo de 1993.
Juan Pablo II, Homilía de Beatificación de Madre Teresa de Calcuta, 19 de octubre de 2003.