Por el Arzobispo Henry D’Souza
Con las energías en constante disminución y compromisos cada vez menos frecuentes, las personas ancianos pueden encontrar que el tiempo es una pesada carga en sus manos. Muchos mirarán la televisión, la cual muestra publicidades aburridas y repetitivas. Otros leerán, pero su vista no estará tan definida como antes, por lo que la lectura se volverá agotadora.
Al compartir estos pensamientos con la Señora Nirmala, la Superiora General de las Misioneras de la Caridad, fue cuando me dio un libro, “El Camino del Peregrino”.Yo había leído ese libro hacía muchos años, pero al volverlo a leer, significó una gran fuente de alegría y de ánimos. Creí que compartir algo de estas ideas podría ayudar a los adultos que pertenecían a la Vida Ascendente y a otros también.
“El Camino del Peregrino” trata sobre un peregrino ruso, quien estaba bastante confundido sobre cómo podía rezar constantemente. Leyó el pasaje de San Pablo in 1Tes, 5-17, “Reza sin cesar” y en Efesios, 6-18, “Reza en cada ocasión que el Espíritu te guía”. Estas recomendaciones lo hicieron estar deseoso de rezar constantemente. Encontró muchos libros sobre oraciones. Hablaban sobre los frutos de la oración, las ventajas de la oración, los tipos de oraciones, los métodos de las oraciones y así sucesivamente. Pero él no encontraba ninguna buena guía sobre cómo rezar incesantemente, como aconsejaba la Biblia.
Entonces, se convirtió en peregrine. Llevaba consigo una mochila con la Biblia y pan. Vagaba de lugar en lugar, parando en monasterios que encontraba y otros lugares donde le ofrecían hospitalidad. Sus constantes preguntas se referían a cómo rezar incesantemente. Finalmente encontró un anciano (Staretz), quien le aconsejó decir diariamente, “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”. El Staretz le dijo que comenzara diciendo esta plegaria 3000 veces al día. El peregrino no lo encontró eso muy fácil. Al principio, le parecía muy aburrido y se distraía con facilidad, pero en cuanto se sentó solo en un lugar tranquilo y dijo las palabras, “Señor Jesucristo, ten piedad de mí”, lentamente descubrió que no sólo estaba rezando con sus labios, sino también con su mente y su corazón. El peregrino escribió, “Me acostumbré tanto a rezar que si por un momento, paraba de recitarla, me sentía como si me estuviera perdiendo de algo, o como si ya hubiera perdido algo. Cuando comenzaba a rezarla otra vez, inmediatamente sentía alegría y deleite. Si me encuentro con alguien, no tengo ganas de hablar. Mi único deseo es estar solo y rezar la oración. Me había acostumbrado tanto a ello en sólo una semana”.
Y entonces el peregrino pasó de rezarla 3000 veces al día, a 6000 veces, a 12000 veces. Empezó a sentir una gran paz. Se convirtió en parte de los latidos de su corazón. Al inspirar, el decía: “Señor Jesucristo,...” y al espirar, “ten piedad de mí”. El peregrino notó entonces, un cambio en su vida. Preocupaciones, tentaciones, distracciones comenzaron a desaparecer y ser cada vez menos. El sentía que una nueva vida había comenzado.
Cuando le explicaba lo que sentía al Staretz, este señor le dijo que ese era el resultado de la oración. El nombre de Jesús es muy poderoso. Ante ese nombre toda rodilla se ha doblado en la Tierra o en el Cielo. La constante repetición del nombre de Jesús hace que el diablo tiemble y las tentaciones desaparezcan. El diablo encuentra imposible llegar hasta esa persona.
El Staretz le explicó que la oración es confesión y petición a la vez. La persona reconoce en Jesús como Señor y como Cristo. Al mismo tiempo, hace una petición por piedad para él mismo. Esta actitud de humildad conlleva gracia futura. Invita a Dios a desplegar su amor incondicional y hacer disponible la gran piedad sobre la persona, al decir una oración.
El Staretz terminó con las palabras, “La incesante oración a Jesús es una continua e ininterrumpida llamada a Jesucristo con los labios, mente y corazón; y en la conciencia de su perdurable presencia; es un ruego por su bendición en todas las promesas, en todos los lugares, en todos los tiempos, aún en los sueños”.
Después de leer el libro, pensé que sería muy útil para los ancianos si ellos ponían en práctica el consejo del Staretz al peregrino. Los ancianos muy a menudo pasan mucho tiempo esperando y sin ninguna ocupación. Una buena parte de este tiempo puede ser perfectamente utilizado para la oración.
San Pablo nos dice (Rom., 8/26): “El Espíritu también viene para ayudarnos, débiles como somos. Porque no sabemos cómo rezar; el mismo Espíritu es el que ruega con Dios por nosotros en quejidos que las palabras no pueden expresar”.
La oración a Jesús nos ofrece una hermosa posibilidad de rezar incesantemente, de santificar las horas del día y de calmar nuestros corazones de preocupaciones y ansiedades. Hace que el Espíritu tome nuestros esfuerzos y ruegue con Dios por nosotros.