Para un tiempo de oración


Set 5

De modo que, por favor, enseñadnos a rezar y a ser santos. A partir de ahí, con esa santidad podremos nosotras llevar a Jesús a lugares que no podáis vosotros visitar. Muchos obispos han autorizado a nuestras hermanas a llevar la Sagrada Comunión a personas que viven en barriadas tan pobres y de tan difícil acceso que no sé ni cómo describirlas. Jesús quiere llegar ahí, pero nosotras no podemos llevarle si vosotros no nos lo dais previamente. Ésta es la razón por la que yo quiero tanto a los sacerdotes. Nosotras no podríamos ser lo que somos ni hace las cosas que hacemos sin vosotros, sacerdotes, que previamente nos traéis a Jesús.

Esta es la razón por la cual en la víspera del Primer Viernes de cada mes y atendiendo la petición que Jesús hizo a Santa Margarita Alacoque, dedicamos una hora santa –de 11.00 a 12.00- para rezar por nuestros sacerdotes y pedir a Dios que los haga santos. Estas oraciones son nuestro regalo para vosotros. Pedimos para vosotros exactamente lo que ahora os pido: ¡Que seáis santos! Que con el ejemplo y la ayuda de María pertenezcáis exclusiva y totalmente a Jesús. Si os hacéis Uno con Su amor, todo lo demás os resultará fácil. Dad a Jesús a todo aquel que os encontréis, en la certeza de que no sólo son pobres los que tienen hambre de pan. Por todas partes nos encontramos gente que se muere de hambre de Jesús.

No solo en Calcuta o en África sino incluso aquí en Roma tenemos muchos desheredados sin hogar y llenos de soledad que vienen a nuestras casas para estar con las hermanas. Unas doscientas personas vienen cada noche a nuestros refugios nocturnos de Roma y cuando les damos de comer, para muchos se trata de la primera comida completa que han tomado en toda su vida. No vienen solo por el hambre sino por la soledad en que se encuentran. En San Gregorio nuestras hermanas salen por la noche en busca de personas sin hogar, desamparados que duermen en los portales o debajo de escaleras, tiritando de frío y de humedad pues aunque llueva o nieve, solo disponen de papeles de periódicos o plásticos para abrigarse.

Debéis llevar la ternura y el amor de Jesús a personas como esas que existen en cualquiera de los países de los que vosotros procedéis. En muchas de vuestras naciones nuestras hermanas trabajan ya. Pero vosotros mismos debéis buscar a éstas personas pobres y solitarias de modo que podáis llevarles la ternura y el amor que habéis recibido de Jesús. La primera tarea de vuestro sacerdocio debe ser dar el amor de Jesús. Podéis enseñarnos cualquier otra tarea y la haremos. Muchos laicos están también deseosos de compartir esa alegría de amar a otros. Enseñadles lo que queréis que hagan y el modo de hacerlo. Para eso tenemos a nuestros “sacerdotes cooperadores” por todo el mundo que están a vuestra disposición. En vuestras parroquias, allí donde trabajéis podéis construir centros en los que otros puedan experimentar la alegría de dar y compartir amor. En lugar de empeñaros en hacerlo todo vosotros mismos –lo que muchas veces os impide dedicar tiempo a la confesión o a estar con vuestra gente- dad a los que os rodean la oportunidad de compartir con vosotros ésta alegría de amar el servicio a los demás.

En lugares remotos nuestras hermanas preparan a menudo a cientos de niños para que hagan la primera confesión. Recuerdo a un sacerdote que un día se acercó a mí y me dijo: “Madre Teresa diga a sus hermanas que no preparen a tantos niños. No dispongo de tiempo para oír tantas confesiones”. No sabía qué contestar a este sacerdote. Como no salía palabra alguna de mi boca, me limité a mirarle a la cara. Sencillamente no podía comprender lo que me estaba diciendo. Sin duda era un sacerdote muy ocupado. Pero a mi entender la acción de dar a Jesús en los sacramentos es la primera y principal tarea que debe desempeñar un sacerdote verdaderamente ocupado.

Nuestra gente –tan hermosa y magnífica- tiene tal hambre de Dios... Podría estarme todo el día hablándoos de sus cualidades. Conocer a esas personas lleva a quererlas y eso hace que uno desee ayudarlas.

Por eso pido todos los días a Dios que nos dé sacerdotes santos. Pensad por un momento cuánto os necesitan las familias. Se enfrentan con tales problemas y hay tantas familias rotas… Tenemos que volver a poner al Señor en esas casas mediante su consagración al Sagrado Corazón de Jesús, llevando la oración a las vidas de esas personas, enseñándoles a rezar el Rosario. Antes, los sacerdotes se ocupaban de hacer todo esto y es preciso que vuelvan a hacerlo de nuevo. Solo así estas familias podrán disfrutar de un ambiente de paz de alegría y de santidad gracias a la consagración de todos su miembros al Sagrado Corazón de Jesús.