Para un tiempo de oración


Set 7

Quedé muy conmovida al leer una carta que me enviaba una niña estadounidense escrita con la ayuda de su padre. A punto de hacer su Primera Comunión les dijo a sus padres: “Por favor no me compréis un bonito traje de Primera Comunión. Tampoco quiero que me organicéis una fiesta en casa. Prefiero que me deis el dinero para entregárselo yo a la Madre Teresa para sus niños pobres. Yo puedo hacer perfectamente mi Primera Comunión vistiendo mi uniforme del colegio”. Y mientras sus otros compañeros y compañeras de clase lucían sus bonitos trajes para la celebración, ella tuvo el valor de acudir así. Los padres de la niña quedaron tan fuertemente impresionados por el gesto de su hija única, que la madre dejó de fumar y el padre de beber para así ayudar también a los niños pobres de Calcuta. Calcuta está muy lejos de EE.UU. Sin embargo la ternura del amor de Dios en aquella criatura hizo posible que se enternecieran no sólo nuestros niños pobres, sino también los propios padres de la niña americana, lo que se tradujo en paz, unidad y amor para aquella familia.

Para mí es más difícil ayudar a superar su pobreza a aquellos que la sufren en sus corazones. Siempre resulta más sencillo resolver los problemas de carencias materiales. Por ésta razón nuestras hermanas rezan tanto y se sacrifican por éstas personas a fin de compartir una pequeña parte de sus sufrimientos y pasiones.

Os contaré otra historia. Hace unos días recogí de la calle a una niña de unos cinco o seis años. Se le notaba en la cara que tenía mucha hambre. Dios sabe cuántos días llevaba sin comer. Así es que le di algo de pan y le animé a que lo comiera. Tomó el pan de mi mano y comenzó a comérselo muy poco a poco desmigándolo. Al verla le dije: “¡Pero come sin miedo! ¿No tienes hambre?” La niña me miró y contestó: “Me da tanto miedo pensar que cuando se acabe este pan volveré a pasar hambre otra vez...” Ya veis, tan joven y tan menuda y sin embargo había padecido ya el acuciante dolor del hambre, algo que ni vosotros ni yo hemos experimentado nunca.

Son ejemplos de lo hermoso y magnífico que es el pueblo de Dios. Debemos abrir nuestros ojos para ver con cariño a éstas gentes. Si vuestros corazones están limpios veréis a Dios –como Cristo prometió- y Le veréis precisamente en éstas personas. No quiere esto decir que sólo Le veréis en quienes padecen pobreza material. Hay muchas personan que sufren una terrible soledad por más que vivan en casas ricas. Recuerdo a aquel hombre que me dijo: “Madre mándenos a las hermanas. En nuestra casa tenemos de todo desde el punto de vista económico, pero nadie a quien hablar. Ni siquiera puedo hablar a mi mujer. Yo estoy casi ciego y mi mujer padece una enfermedad mental”. Cuando nuestras hermanas llegaron quedaron sorprendidas de la cantidad de cosas bonitas que había por todas parte, pero no encontraron ni amor ni paz allí. Les llevó mucho tiempo conseguir finalmente ayudar a esta familia a mejorar sus relaciones dentro de aquella casa que tenía de todo.

De manera que la cuestión no está en quién es rico y quién es pobre. Todos son hijos de Dios y por tanto hermanos nuestros. Tanto si su pobreza es material como si es pobreza de corazón debemos llevarles la presencia de Jesús acercándonos a ellos con amor. Ayudémosles también llevando a la Virgen María a sus vidas y manteniéndonos nosotros fieles a Ella mediante el rezo del Rosario. Entonces tendréis paz, alegría y felicidad y Dios estará dentro de vosotros. Y eso es la santidad.