El Himno Querubínico:
Qué toda carne mortal quede en silencio, permanezca con miedo y estremecida, y no medite nada de este mundo, dejando aparte todas las cosas terrenales:
Puesto que el Rey de reyes y Señor de señores, Cristo nuestro Dios, viene para ser sacrificado y para dársenos como alimento a los que creen.
La multitud de ángeles viene delante Suyo, con todo poder y dominio, con el querubín de muchos ojos, y el serafín de seis alas, cubriendo las caras y gritando fuerte:
¡Santo, santo, santo!
El sacerdote, trayendo las santas ofrendas, dice:
Oh Dios, Padre nuestro, que nos has bendecido y santificado trayendo como alimento espiritual para todo el mundo, el verdadero pan del cielo, nuestro Señor Jesucristo como nuestro Salvador, Redentor y Benefactor, bendice esta ofrenda y recibela con la gracia, en tu altar, sobre los cielos. En tu bondad, acuérdate y envía tu amor divino sobre los que han traido esta ofrenda y por aquellos por los que se trae y presérvanos sin condenarnos, en el servicio de tus divinos misterios: pues santificado y glorificado es tu gran y siempre honrado nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Sacerdote: La paz sea con vosotros.
Diácono: Padre pronuncia la bendición.
Sacerdote: Bendito sea Dios, quien nos bendice y nos santifica en la presentación de los divinos y puros misterios, que da el resto a las benditas almas entre los santos y justos, ahora, siempre y por toda la eternidad.
Diácono: Escuchemos con sabiduría.
El sacerdote comienza el Credo: Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del Cielo y de la Tierra, creo en Jesucristo, su único Hijo...(Y el resto del Credo.)
Luego ora, inclinándose: Oh Dios y Soberano de todo, haznos, indignos como somos, dignos de este momento, Oh amante de la humanidad, que sin caer en engaño ni hipocresía, permanezcamos unidos entre nosotros, por el vínculo de la paz y el amor, siendo confirmados y santificados por el divino conocimiento sobre Ti, a través de tu único Hijo, nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, con el que eres bendecido, junto con el Espíritu Santo, bueno y dador de vida, ahora y por siempre, por los siglos de los siglos, Amén.
Diácono: Pongámonos de pie con reverencia, permanezcamos en el temor de Dios y con dolor de corazón.
Diácono: En paz, oremos al Señor.
Sacerdote: Puesto que Tu eres un Dios de paz, misericordia, amor, compasión y amorosa bondad, con tu unico Hijo y tu Santo Espíritu, ahora y por siempre.
Pueblo: Amen.
Sacerdote: La paz sea con vosotros.
Pueblo: Y con tu espíritu.
Diácono: Saludémonos todos con un beso santo.
Diácono: Inclinemos nuestras cabezas al Señor.
El sacerdote se inclina, diciendo esta oración: Oh Señor y Dios misericordioso envía tu gracia buena y todo tu Espíritu Santo, sobre los que inclinan la cabeza sobre tu altar santo y bendícenos con cada bendición espiritual que nadie puede arrebatarnos, Tú que moras en las alturas y que a pesar de ello tienes compasión de los que estamos abajo.
(En alto) Merecedor de alabanza y adoración y gloriosísimo es tu siempre santo nombre, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Diácono: Padre, pronuncia la bendición.
Sacerdote: El Señor nos bendiga y se ocupe de nosotros por su gracia y amorosa bondad.
Otra vez: El Señor nos bendiga y nos haga dignos de estar ante su santo altar, siempre, ahora y por siempre.
Otra vez: Bendito sea Dios, que nos bendice y nos santifica a todos en nuestro servicio de sus puros misterios, ahora, siempre y por siempre.
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