LA LITURGIA DIVINA DE SANTIAGO (10)
LA ANÁFORA
Luego él dice en alto: El amor de Dios Padre, la gracia de nuestro Señor Jesucristo y la amistad y el don del Espíritu Santo esté con todos nosotros.
Pueblo: Y con tu espíritu.
Sacerdote: Elevemos nuestras mentes y corazones al Señor.
Pueblo: Es justo y necesario.
A continuación ora el sacerdote: En verdad es justo y necesario, adecuado y conforme darte alabanza, cantarte, bendecirte, adorarte, glorificarte, darte gracias, Padre celestial, hacedor de toda criatura visible e invisible, tesoro de todas las cosas buenas eternas, fuente de vida e inmortalidad, Dios y Señor de todo, a quien alaban los cielos de los cielos, y todas sus multitudes, el sol y la luna, y todas las estrellas, la Tierra, el mar y todo lo que contienen, Jerusalén, la asamblea santa e iglesia de los primeros nacidos inscritos en los cielos, los espíritus de los hombres justos y de los profetas, las almas de los mártires y apóstoles, ángeles, arcángeles, tronos y dominaciones, principados, autoridades y poderes, el querubín de muchos ojos, y el serafín de seis alas, que se cubren la cara y los pies con sus alas, mientras vuelan, gritando uno a otro sin descansar los labios y sin cesar de alabar:
(En alto) En voz en alto, cantando el himno victorioso a tu magnífica gloria, gritando, alabando, y diciendo:
El Pueblo: Santo, santo, santo, Dios del Sabbath, los cielos y la Tierra están llenos de tu gloria. Hossana en las alturas, bendito el que viene en nombre del Señor, hossana en las alturas.
El sacerdote, haciendo la señal de la cruz sobre las ofrendas, dice: Eres santo Padre y rey de la eternidad, Señor y dador de toda santidad, santo también tu Hijo unigénito, nuestro señor Jesucristo, a través del que has hecho todas las cosas, santo también tu Espíritu Santo, que busca todas las cosas, hasta tus profundidades, siempre glorioso Padre. Eres santo, omnipotente, todopoderoso, bueno, reverencial, compasivo de tus criaturas; que hiciste al hombre a tu imagen y semejanza, que le diste la alegría del paraiso y cuando contravino tu norma y cayó, no le descuidaste ni le abandonaste, sino que tu Buenísimo, le corregiste como un padre misericordioso, le llamaste a través de la Ley, le instruiste por los profetas y luego enviaste a continuación, al mundo, a tu unico Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con su venida puede renovar y restablecer tu imagen; quien habiendo descendido de los cielos y habiéndose hecho carne del Espíritu Santo y la Virgen María, madre de Dios, María santísima y habiendo permanecido entre los hombres, cumplido el designio para la salvación de nuestra raza y soportando su voluntaria y dadora de vida muerte en cruz, el sin pecado para nosotros pecadores, en la noche en la que fue traicionado, se entregó para la vida y la salvación del mundo.
El sacerdote sostiene el pan en sus manos y dice: Habiendo cogido el pan en sus santas, puras, sin culpa, e inmortales manos, elevando sus ojos al cielo y mostrándolo a Ti, su Dios Padre, dio gracias, lo bendijo, lo partió y nos lo dio a nosotros, sus discípulos y apóstoles, diciendo:
El diácono dice: Para la remisión de los pecados y la vida eterna.
Luego dice en alto: Tomad, comed. Esto es mi cuerpo, partido para vosotros y entregado para la remisión de los pecados.
Pueblo: Amén.
Luego toma el caliz y dice de la misma manera, después de la cena, tomó el caliz y habiendo mezclado vino y agua, elevando sus ojos al cielo y presentándolo a Ti, su Dios y Padre, dio gracias, lo santificó, lo bendijo y lo llenó con el Espíritu Santo y lo dio a sus discípulos diciendo: Bebed todos vosotros de ello, ésta es mi sangre del nuevo testamento, entregada por vosotros y por muchos y dada para la remisión de los pecados.
Pueblo: Amén.
Sacerdote: Haced esto en conmemoración mia, puesto que cada vez que comeis de este pan y bebeis de este caliz, conmemorais la muerte del Señor y confesais su resurrección hasta que venga.
Diácono: Creemos y confesamos.
Pueblo: Conmemoramos tu muerte y proclamamos tu resurrección .
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