Oración de Entrada:
Oh benéfico Padre, Rey eterno, Creador del universo, recibe Tu Iglesia como venimos a Ti a través de Tú Cristo, concede a cada uno lo que sea beneficioso, guíanos a la perfección y haznos dignos de la gracia de Tú santificación, juntándonos con Tú santa asamblea, que adquiriste con la preciosa sangre de Tu único Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, junto al que eres bendecido y glorificado junto con tu santo Espíritu, bueno y dador de vida, ahora y siempre por los siglos de los siglos, Amen.
Diácono: Oremos al Señor otra vez.
Sacerdote (Comienza la oración de incienso en la entrada): Oh Dios que aceptaste los regalos de Abel, el sacrificio de Noé y Abraham, el incienso de Aarón y de Zacarías, acepta también de nuestras manos pecadoras este incienso como dulce fragancia para la remisión de nuestros pecados y los de todo Tu pueblo, sé bendecido y te venga la gloria Padre, Hijo y Espíritu Santo ahora y por siempre.
Diácono: Padre, pronuncia la bendición
El sacerdote dice: Oh Señor Dios, Jesucristo que a través de tu gran bondad y tu amor sin límites, fuiste crucificado por nosotros y no renunciaste a ser atravesado por los clavos y la lanza, y que has suministrado este misterioso y temeroso servicio como un memorial sin fin para nosotros: bendice a nuestro ministro en Tu Santo Espíritu, y bendice nuestra entrada a Tu santo altar, suministrando por Tu compasión todo lo que nos falta por nuestra debilidad, ahora y siempre por los siglos de los siglos, Amén.
La respuesta por el diácono: El Señor nos bendiga y nos haga dignos de presentar ofrendas y cantar junto al serafín tres veces el santo himno, por la sobreabundancia de Tu gracia, ahora y por siempre, Amen.
El diácono luego canta en la entrada: Oh Cristo, Tú que eres el unigénico y la Palabra de Dios, el inmortal que se sometió por nuestra salvación a ser carne de la santa Madre de Dios y siempre Virgen, María, que se hizo hombre y fue crucificado y por Tu muerte sometiste a la muerte, Tu que eres glorificado junto con el Padre y el Espíritu Santo, oh salvador, sálvanos.
El sacerdote ora desde las verjas del altar: Dios omnipotente, Señor lleno de gloria, que nos has dado entrada a la santidad de santidades con la venida entre nosotros de Tu unigénico, oh Señor, Dios y Salvador Jesucristo, te suplicamos Tu bondad, pues estamos temerosos y temblando al presentarnos ante Tu santo altar, envíanos de aquí en adelante tu gracia bondadosa y santifica nuestras almas, cuerpos y espíritus y convierte nuestros pensamientos en piadosos, para que conscientemente te traigamos regalos, ofrendas y frutos para la remisión de nuestros pecados y para la salvación de todo tu pueblo, por la gracia, clemencia y amorosa bondad de Tu unigénico, por quien eres bendecido por toda la eternidad, Amén.
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