Como Pedro cuando habló al lisiado en la puerta del Templo, nuestro don “no es plata ni oro, sino que damos lo que tenemos": la compasión y el poder del sacerdocio de Jesucristo.
Su amor por los últimos, los que no son nada, los perdidos, y Su deseo de "hacer que todas las cosas sean uno en Él".
Este es el fruto final de Su sacerdocio y del nuestro, de Su despojarse y del nuestro en amor servicial "para que Dios lo sea todo en todos".
Nuestra esperanza es, pues, que el Movimiento de Sacerdotes Colaboradores deseemos vivir la pobreza de espíritu, el celo y el alegre y amoroso servicio del evangelio.
Que este anhelo de renovación sacerdotal, aun siendo algo pequeño y silencioso, que solo el Señor ve, pueda con Su bendición y con la guía y protección continuas de Nuestra Señora, llegar a ser de verdad "algo hermoso para Dios ".