"A vosotros se os ha dada a conocer los secretos del reino..."
[Mt 13:11]
EL RESULTADO DE LA SED DE LA TRINIDAD
por una humanidad sedienta y toda la labor salifica de Dios en Jesús, configuró el establecimiento del Reino, la reconstrucción de nuestro Calcuta en templo vivo del Espíritu. La comunión de la Trinidad se ha prolongado dentro de la historia humana, colocando en medio de nuestra ciudad terrena la nueva piscina de Siloé: el fluir de las aguas vivas en el espacio y el tiempo.
Como sabemos, la esperanza y expectación de Israel a lo largo de su historia estaba centrada en la llegada del gran día de la restauración, el asentamiento del Mesías en el Reino. Este Mesías proclamaría el gran tiempo de gracia de Yahvé inaugurando el Reino con signos y prodigios como símbolo del renacimiento y renovación de Israel (el perdón de los pecados, la liberación de los cautivos, la curación de los enfermos). El texto clásico y quizá el más hermoso es el del capítulo 61 de Isaías. Un texto de suprema importancia, puesto que fue el que Jesús mismo escogió para descubrir la totalidad de su misión y su voluntad:
"El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado a llevar la buena noticia a los pobres, para sanar los corazones destrozados, para proclamar la libertad de los cautivos a los presos la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor…" (Lc.4:18).
En éste mismo sentido proclama Jesús su identidad mesiánica aplicándose a Sí mismo el cumplimiento de otra profecía similar (Is 29:18) "Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados..." (Lc 7:22). La lógica consciente de estos signos de la compasión divina consiste en apuntar hacia el Reino prometido como ya presente en Jesús, subrayando el tema del Israel renovado, restaurado, saciado, roto y sediento. En Jesús, la compasión del "Padre de las misericordias " no solo es revelada, sino promulgada con poder, por medio de signos y prodigios que simbolizan las maravillas interiores del perdón y la vida divina. Hoy como entonces los signos de misericordia son signos del Reino. Evidencian que el año de gracia del Señor ha llegado, que la nueva Piscina de Siloé está entre nosotros.
El núcleo del mensaje y la misión de Jesús es la proclamación (e inauguración con su paso) de este Reino en favor de los "pobres". Tal como hemos indicado, Él mismo señaló esto como motivo principal de su venida entre nosotros. Todas las facetas de la pobreza humana son objeto de la compasión del Reino, pero los pobres, a quienes sobre todo se anuncia el Reino, son aquellos que se ponen delante de Dios reconociendo su necesidad, su vacío, su condición de pecadores, su sed. Aquellos que vienen a Él con las manos vacías en la aceptación plena de su pobreza espiritual. Por ello, la primera condición para recibir los frutos del Reino es la de "recibirlo como un niño" (Mt 18:3) reconociendo humildemente, pero con alegría, la necesidad que tenemos del agua viva. Aquellos que pretenden entrar apoyados en su autosuficiencia o santidad prefabricada (y es aquí donde se sitúa el "escándalo" del tiempo de salvación anunciado por Jesús en Lucas 7:23) serán "precedidos de las prostitutas y los publicanos", "derribados de sus tronos" y "despedidos sin nada".
LOS SECRETOS DEL REINO
Cuatro parecen ser los principios esenciales inherentes al concepto de Reino anunciado en el "tiempo de salvación "de Jesús. Todos ellos necesarios para comprender y canalizar el Reino en nuestro ministerio:
1) Gratuidad total: La buena nueva es esencialmente una proclamación gratuita por parte de Dios de dones que no merecemos. Toda la creación y toda la revelación anuncian el amor gratuito de Dios hacia sus criaturas. Una gratuidad enraizada en el misterio trinitario de la infinita autodonación recíproca de las tres divinas Personas. Todo lo que tocamos es gracia. Todo está inundado por el misterio de la gratuidad, un misterio en el que "vivimos, nos movemos y existimos". Como nos recuerda S. Pablo: "¿Que tenéis que no hayáis recibido?" (1 Cor 4:7) La gratuidad es la fuerza motriz que impulsa a Dios a derramar su misericordia. Y al comunicar esa misericordia en Jesús, se convierte en el hilo conductor de la buena noticia y en la clave para comprender el Reino de Dios y al Dios del Reino (Cfr. Parábola del hijo pródigo, Lc 15:11; de los deudores, Lc. 7:41; del siervo despiadado; del fariseo y el publicano, Lc 18:14, etc.) "El repudio de la ley de la gratuidad es la raíz de toda perversión social, en la que reina el egoísmo, el lucro, la injusticia, la violencia y el odio" (Agresti). Aceptar esa ley, abrirse a ese amor y a esa misericordia gratuitas, en vez de rebajar al hombre, constituye el único camino de vuelta a su mas genuina dignidad y libertad. Nuestra misión consiste en anunciar ese amor que hemos recibido gratis, esa buena noticia de la gratuita misericordia; viviendo la maravilla, la alabanza y la acción de gracias del pueblo de Israel en presencia de "una misericordia que dura por siempre" (Sal 135). Y mayor motivo tenemos aun cuando el don es mucho mayor: el don del mismo Hijo de Dios y de su Espíritu: "El que tenga sed que venga y beba de balde el agua viva…" (Is. 55:1 y Apoc. 22:17).
2) Confianza total. De las tres respuestas lógicas a la ley de la gratuidad que actúa en el Reino, la primera hace relación a Dios y se manifiesta en una confianza absoluta e incondicional. Basándose en la presencia continua de las bienaventuranzas en el Reino, Jesús pasa a explicar las consecuencias del Reino en la segunda parte del Sermón de la Montana: "Por eso os digo: no andéis preocupados por vuestra vida, que comeréis; ni por vuestro cuerpo, con que os vestiréis... vuestro Padre celestial ya conoce vuestra necesidad…buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura…" (Mt 6:25-34). Nuestras vacilaciones, nuestra falta de confianza dan testimonio contra nosotros de que ni hemos comprendido el Evangelio ni al Dios que preciamos:
"Estáis en un error por no entender las Escrituras ni el poder de Dios" (Mt 22:29). Pero, cuando llegamos a comprenderlo, somos inmediatamente enviados a proclamar nuestra confianza en el Reino por medio de nuestro ministerio. Y no solamente de palabra, sino con nuestro estilo de vida: "id y proclamad que el Reino de los cielos esta cerca... no toméis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón..." (Mt 10:7) Puesta la confianza en Él, porque dice: "descargad en Él todas vuestras preocupaciones porque Él cuida de vosotros" (1 Pe 5:7). Nos libera no solo de nuestras preocupaciones y aprovisionamientos meramente humanos para nuestro ministerio, sino que nos hace libres para esparcir y canalizar la compasión del Reino, proclamando: "no temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna..." Lc 12:32) Por encima de todo, nuestra confianza nos testimonia a nosotros mismos que estamos en armonía con el Reino, y es quizá este modo de amor el que mas glorifique a Dios.
3) Amor Total: Nuestra respuesta al amor gratuito y renovador del Reino, supone en nosotros con relación a nuestro prójimo un vaciamiento interior que ha de ser completo y sin medida, "cueste lo que cueste" (MT) La gratuidad que hemos recibido no puede permanecer estéril, aprisionada dentro de nosotros, sino que debe derramarse hacia los demás: "Gratis lo recibís, dadlo gratis" (Mt 10:8): Esta doble ley de la gratuidad es el principio subyacente del "nuevo mandamiento de Jesús" (Mt 5:38-42) El don grandísimo, incluso infinito, de la nueva Alianza exige una canalización mayor y más completa de ese don hacia los demás por medio de la caridad: "Amaos unos a otros como yo os he amado" (In. 13:34) Por eso, la amistad con el Jesús del Reino depende de que nosotros cumplamos su mandamiento, por el cual, y solamente por el cual, podemos permanecer en armonía viva con su propio derramarse en agua viva sobre el mundo. Solo saciando su sed en los demás ("lo que le hagáis al mas pequeño de mis hermanos a Mi mismo me lo hacéis" Mt. 25:40) podemos guardar su mandamiento y "permanecer en su amor", como Él guardó "el mandamiento" de su Padre de amar al mundo "permaneciendo así en su amor" (Jn. 15:10) "El amor de Jesús a su Padre se manifestó en su total dedicación a cumplir su mandato y su misión. El expreso su amor al Padre amando a los hombres hasta el extremo, como el Padre y unido al Padre. Su dedicación a los hombres le identifico con la obra del Padre y le hizo permanecer en su amor. El amor a los hombres fue la respuesta de Jesús al amor que el Padre le había mostrado a Él". (J. Mateos) Nosotros hemos de continuar ese ciclo expansivo al ser amados libremente por el Padre en el Hijo y permitiendo a cambio que el Hijo en el Espíritu ame a través de nosotros. Debemos ser capaces de decir ante el mundo "como el Hijo nos ha amado, así os hemos amado". Solo por ese amor somos ciudadanos del Reino, porque "El que vive en el amor habita en Dios y Dios en él..." (l Jn.4:16).
4) Conversión total: Nuestra respuesta definitiva a la Buena Nueva del Reino es una respuesta a nosotros mismos e incluye la aceptación de la invitación de Jesús a la conversión y a la radicalidad: "si no cambiáis y no os hacéis como niños (en dependencia total del amor gratuito del Padre) no entraréis en el Reino" (Mt 18:3) Esta conversión (que será expuesta en un capítulo posterior) exige la elección de resoluciones radicales respecto a las tentaciones y obstáculos al Reino, y una dedicación radical al servicio del Reino (poniendo la otra mejilla, caminando la segunda milla, dando la capa al que nos roba la túnica, etc...) (Cfr. Mt 38, ss) El celibato es una de esas opciones radicales y libres. Surgida por el hecho y la naturaleza del Reino. Un servicio vehemente, libre y de todo corazón al Reino, que será el resultado de un amor indiviso y de un corazón entero en un celibato libremente trazado "por el Reino" (Cfr. MT 19:10)
Nuestra fidelidad al celibato (sobre todo, celibato del corazón) se convierte en fidelidad al servicio, porque sólo un corazón indiviso será capaz de prestar un servicio de todo corazón y sin medida. Ambos, servicio y celibato, son nuestra fidelidad al Amor y a su Reino. Por tanto, "la caridad brota de nuestra caridad y la castidad de nuestra castidad. Hemos de tener una mirada limpia, la mirada de un corazón puro, un corazón absolutamente nada egoísta. Castidad y caridad van muy unidas, porque si no vemos a Dios, nuestra caridad será estéril..." (MT) Y lo que se dice del celibato, dígase también de las demás exigencias radicales del Reino que son una llamada a una conversión total: "El que tenga oídos que oiga..." (Mt. 13:43).
AL SERVICIO DEL REINO
Estar al servicio del Reino, exige claramente un servicio en armonía consciente con el espíritu y principios del Reino. Debemos predicar abiertamente las bienaventuranzas proclamando las consecuencias del Reino, exhortando a nuestra gente a no contentarse con falsas riquezas, a no alimentarse de falsos sueños. Pero nuestro ministerio de la palabra está al servicio de nuestro "ministerio del espíritu". Como insiste S. Pablo "El Reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder" (1 Cor. 4:10) Nuestra predicación no es un fin en sí misma, sino que está para poner a la gente en contacto con el poder transformante y renovador de Dios. Un poder que todavía obra milagros, que puede cambiar sus vidas por dentro y por fuera. Hemos de proclamarles al "Dios que obra en vosotros" (Filp. 2:13), el Dios cercano que cuida de ellos no sólo los domingos, sino cada día de sus vidas, el Dios "que ha contado cada pelo de vuestras cabezas" (Lc. 12:7) Con demasiada frecuencia les predicamos a un Dios ausente y distante, una salvación inoperante (especialmente cuando ese Dios y esa salvación son algo abstracto y distante también para nosotros) Con frecuencia oímos el reto: "¿Qué harías con un drogadicto: aconsejarle o rezar por él? ¿Sólo tenemos buenos consejos que ofrecer, o creemos de verdad que Jesús tiene poder para cambiar aquello que nosotros no somos capaces de alterar?" (Mulhem) Una vez más la clave está en que el Reino ha de ser primero una realidad viva para nosotros. Jesús debe ser el Señor de mi vida y yo, su Reino en miniatura, antes de que el Señor del Reino pueda efectivamente tocar, saciar y renovar a los demás a través de mí, antes de que Él pueda extender ese Reino por medio de mi ministerio.
Por lo tanto, hemos de volver a escuchar la Buena Nueva, redescubrir la poderosa presencia del Reino en nuestra vida y ministerio, bebiendo "de balde" de la piscina de Siloé, regocijándonos en nuestra propia salvación y llamada, permitiendo al Señor que nos hable de la alegre noticia de que "el Reino de Dios está dentro de vosotros…" (Mt 10:7).