El Don de la Renovación

 

Primera Parte:
Saciar a Dios y al Hombre

Puesto en pie Jesús proclamaba: Si alguno tiene sed que venga a mi y beba. El que crea en mí, como dice la Escritura: de sus entrañas brotarán fuentes de agua viva. Esto lo decía del Espíritu, que habrían de recibir aquellos que creyeran en Él…"


"Si conociérais el don de Dios..."
[Jn. 4:10]

Los Sacerdotes Colaboradores de la Madre Teresa es un movimiento internacional de renovación sacerdotal nacido del deseo expresado por sacerdotes de varios países, tanto diocesanos como religiosos, de procurar vivir el evangelio mas plena y fielmente por medio de una vida de oración más profunda, mayor pobreza de espíritu y una caridad apostólica creciente; participando dentro del contexto de la propia vocación sacerdotal y ministerial en el carisma de renovación dado por Dios a la Iglesia universal por medio de la Madre Teresa.

El titulo "Sacerdotes Colaboradores" expresa la doble realidad de nuestro ministerio y nuestro Movimiento: Como sacerdotes somos colaboradores de Cristo. Nuestro don y nuestro ministerio no son nuestros. Pertenecen a Cristo en nosotros, y existen en función de la presencia de Cristo en los demás, en función de una humanidad que sufre, pobre de cuerpo y de alma, que Él desea asumir en si cada vez mas plenamente por medio de nuestro ministerio y santidad de vida. Y puesto que somos colaboradores -término en el que está expresada toda nuestra dignidad a la vez que toda nuestra pobreza-, nosotros que "llevamos este tesoro en vasijas de barro" (2 Cor. 4:7) tenemos una constante necesidad de alimentar y poner por obra éste tesoro y la gracia de que somos depositarios: "Como colaboradores de Cristo, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia que habéis recibido…" (2 Cor. 6:1).

El principal propósito y carisma del Movimiento es la renovación sacerdotal. Una renovación que se ha de obtener por el crecimiento en vida de oración, pobreza de espiritu y servicio ministerial. Y de esta manera glorificar al Padre, constituyendonos en canales de la misión de Jesús, saciando la "sitio" de sus miembros sedientos con las aguas vivas del Espiritu.

"Vosotros sois la sal de la tierra..." (Mt. 5:13.) La labor personal de renovación nos exige proteger nuestra intimidad ministerial con el Señor de modo "que no se vuelva insípido", "reavivando el fuego de la gracia que esta en vosotros por la imposición de manos" (2 Tm 1:6.) Estamos convencidos de que esta labor de renovación, este deseo de renovación sacerdotal, es uno de los mas grandes signos del Espíritu en la Iglesia de nuestro tiempo, y quizás sea su necesidad mas urgente. Al servicio de esta labor, el Movimiento de Sacerdotes Colaboradores busca fomentar en el sacerdote el redescubrimiento de los grandes misterios fundamentales de su sacerdocio en Jesucristo y despertar un renovado y más profundo aprecio por vivir el más grande de todos los dones que el Señor le ha dado. Esta profundización puede conducir a una creciente conciencia y sentido operativo de la unidad sacerdotal, a la identificación con Jesucristo, a una comprensión cada vez mas plena de lo que significa ser colaboradores de Cristo.

"Ya conocéis el tiempo, ya es hora de que despertéis del sueno" (Rom 13:11.) Renovación significa despertar, despertar de nuestro demasiado frecuente estancamiento espiritual a un día repleto de luz, en una nueva intimidad con la Trinidad en Jesús por medio de nuestro sacerdocio.

"Transformaos por la renovación de la mente" (Rom. 12:1), "renovados por el poder de su Espíritu en nuestro hombre interior" (Ef. 3:16.) La transformación es el fruto final de la renovación por medio del poder del Espíritu de Dios, una transformación total del "hombre interior" que nos convierte en lo que hemos de ser: colaboradores del Dios Vivo, transmisores de Su presencia y Su poder. "Es en efecto la función propia del ministro, en el corazón de la Iglesia, hacer presente el amor de Dios a nosotros en Cristo con la palabra y los sacramentos, realizando la comunión de los hombres con Dios y entre si. Todo esto requiere, especialmente en nosotros, que llevamos a cabo el sagrado ministerio, el compromiso de renovarnos cada día conforme al evangelio" (Sínodo 1971).

El Espíritu del Movimiento no pretende alterar ni añadir nada a la espiritualidad característica del sacerdote, tanto diocesano como religioso. Apunta exclusivamente a reanimar y a profundizar, mas que a añadir al carisma especifico de cada sacerdote concreto: subrayando y revitalizando una mayor generosidad en aquello que es común a todos -la vivencia del evangelio- y una mayor fidelidad a aquello que es especifico de cada uno. Cada uno dentro del Movimiento ha de responder al "Tengo sed" de Jesús a su manera, donde este, con sus dones particulares de gracia y de misión, y entre la gente que le rodee. Es ahí donde es llamado como colaborador. No a hacer lo que Madre Teresa hace, sino como ella lo hace: viendo, amando y sirviendo al Señor en la gente que se le haya encomendado, porque ellos son su Cristo sediento. En virtud de esa llamada, también nosotros somos mensajeros con Jesús del amor del Padre, ungidos con su Espíritu para "llevar la buena noticia a los pobres" (Lc 4:18).

De manera especial a los espiritualmente pobres de nuestras propias parroquias, los cuales, al margen de su indigencia o riqueza, sufren un hambre que jamás podrá ser saciada "sólo de pan ": tienen hambre de Dios, de Su palabra, del Pan de Vida, de la caricia de Su compasión. Por eso nosotros, que hemos sido ordenados para satisfacer esa hambre, no podemos conformamos con meramente administrar o incluso con una actividad generosa: nuestra gente tiene hambre de nosotros, de que seamos hombres de Dios. Somos llamados a "ser Jesús" para ellos.

El caer en la cuenta de ésta llamada a salir de nuestra propia mediocridad, para darnos mas a Dios y a nuestra gente, por el don que Dios mismo nos ha dado de nuestro sacerdocio, unido al deseo de llevar a cabo en nuestras vidas y de forma sencilla la misión de fe y el mensaje de amor de la Madre Teresa, es lo que en un principio nos trajo al Movimiento y lo que aun continua sosteniéndonos en el camino que hemos escogido como individuos y como fraternidad.

El Movimiento comparte la convicción de que el carisma de renovación de la Madre Teresa es un regalo universal para la Iglesia universal, un mensaje a participar de la universalidad del evangelio, porque refleja ese evangelio de forma tan atractiva y adecuada. Es un mensaje capaz de cambiar los corazones y cambiar las vidas tanto de creyentes como de no creyentes. Un mensaje que posee semejante poder y atracción precisamente porque es de Él y no de ella. Enclaustrar ese mensaje dentro de las calIes de Calcuta seria aprisionarlo allí, deformándolo y reduciéndolo a algo mucho más cómodo que no tiene por que desafiarnos en modo alguno; comprender la universalidad de su mensaje significa darse cuenta de que Calcuta está en todas partes: en nuestros hermanos sacerdotes, en las calles y en los hogares de nuestras parroquias, yen los corazones hambrientos de nuestra gente.

Este mensaje de renovación evangélica, capaz de tocar todos los aspectos de nuestro sacerdocio, es el que nos invita, nos estimula y nos desafía. Si verdaderamente estamos intentando vivir con este estímulo y aceptamos este reto, se nos podrá preguntar con toda justicia si hemos cambiado y en qué. Quizá al exterior no sea muy visible, porque somos pobres y débiles como aquellos a quienes servimos, "llevando este gran tesoro en vasijas de barro". Pero dejemos claro ya desde el comienzo que por ningún concepto este movimiento es elitista: si somos algo entre nuestros hermanos sacerdotes es que somos "los más pobres de los pobres", aquellos que han experimentado su pobreza interior y la necesidad del Señor, que han tenido que luchar contra la superficialidad y la mediocridad en la propia vida de oración y en el propio ministerio.

Entonces ¿qué creemos haber ganado? Ciertamente, mucho. En primer lugar, quizá una creciente unidad de vida fruto de un nuevo sentido de orientación y de un horizonte apoyado en la certeza de que verdaderamente Calcuta esta en todas partes, presente en cada persona y en cada momento. Esta misión es la que da unidad y valor a todo: Jesús sediento en cada lugar, en cada persona, en cada acontecimiento, en cada hora. Con esta Misión de fe somos capaces de transformar los momentos dispersos de cada día en un encuentro ininterrumpido con el Jesús destrozado y mendigo, con el Jesús que siempre es Uno: en la Eucaristía, en el corazón, en la gente.

En segundo lugar, creemos que la mera aceptación de esta misión de renovación y su desafío es en si un gran logro. La gran diferencia consiste en que ya no estamos pactando con nuestra mediocridad. Esta es la inmensa gracia, pequeña solo aparentemente, que se ha convertido en nuestra perla de gran valor. Esta es nuestra semilla de mostaza, una gracia que continuamente nos esforzamos en no rehusar por nuestra debilidad. Semilla que en ésa misma debilidad puede echar raíces y crecer, incluso hasta el punto de que nuestra gente y nuestro Dios puedan "cobijarse en sus ramas" (Lc 13:19).

Si en nuestra humana pobreza descubrimos cada día lo corrientes que somos, nos descubriremos junto con Madre Teresa -que en esos momentos quizá parezca inimitable, pero que ha sido definida como "extraordinaria en lo ordinario"-, como algo ordinario, que apunta a Dios. No a sus (o a nuestros) talentos, sino a Su fuerza que actúa en la humana debilidad, la mediadora omnipotencia de la compasión y del amor de Dios, la ternura de la mirada de Dios que brilla a través de ojos humanos.

Quizá caigamos y quizá fallemos, pero el gran regalo que Dios nos da y nuestra gran esperanza en medio de nuestra tremenda debilidad está en aceptar ésta semilla, esta manera de ver, este modo de vida: puede ser que ante los demás parezca que no hemos cambiado, pero nosotros en nuestro corazón sabemos que ya no podemos ser los mismos.
Si hemos querido compartir esta visión, ha sido porque, intentando vivirla, hemos descubierto un nuevo entusiasmo para nuestro sacerdocio, una sed creciente del Señor en la oración, un mensaje que nos orienta hacia todo aquello que siempre hemos sabido que nuestro sacerdocio podía y debía ser. Y esto es un regalo demasiado grande para ser asumido individualmente.

Este es el don que deseamos compartir. Ser Sacerdote Colaborador consiste esencialmente en el don del Espíritu, no por elección nuestra, sino como respuesta que damos a Su llamada. Una llamada y un don que creemos pueden promover un renacimiento y una renovación del propio sacerdocio. El Movimiento no pretende ser un reto, sino una invitación, un humilde transmisor del Espíritu, "como si Dios os exhortase por medio de nosotros": "Reavivad la llama del don que esta en vosotros..." (2 Cor 5:20/2 Tm 1:6).